Un célebre director de orquesta subió una tarde al podio y golpeó tres veces la varita sobre el atril para comenzar una famosa sinfonía. Cuando se hizo completo silencio, con el mentón hacia adelante, miró severamente a los músicos uno por uno, luego, inspiró profundamente, alzó la varita y la bajó con decisión para comenzar la famosa sinfonía.


La varita se había roto en cinco trocitos: "va", "r", "i", "t", "a" y como naturalmente, era una varita mágica, rápidamente volvió a quedar entera. Pero mientras se componía chocó con una "qu" que giraba en el aire -y que se había desprendido de la quena_ a la vez que se alargaba la "v", con lo cual quedó convertida en una barquita, que se puso a navegar sobre las ondas sonoras pasando por debajo del puente del violonchelo. En la armónica soplaban malos vientos y se quebró la armonía familiar: Mónica tomó las de Villadiego. Entonces "ar" no tuvo más remedio que juntarse con lo que quedaba de la quena que, como recordarán, había perdido la "qu". Formaron así, la arena, donde fue a encallar la barquita.
Al movimiento, "Coral" de la sinfonía, de pura rabia, se le reforzó la "r", con lo que se transformó en corral, con abrevadero para las vacas y todo. Allí, para estar a tono, al órgano le brotó una "e", y así se hizo el campo orégano. Toda la orquesta se puso de pie, sacudiéndose las pajas y las plumas de gallina y se fue a recoger cerezas por allí.
(El joven que entraba en el palacio, Roberto Piumini)
No hay comentarios:
Publicar un comentario